La fe es lo
que quedaba
para
aquella mujer que tanto sufrió.
Sus
palabras siempre fueron:
"Que
el cielo se apiade de mi dolor".
Mujer
hermosa,
creyente
del amor de Dios,
del mundo
tuvo siempre la atención.
Creía en
ella misma y eso la ayudó a luchar.
"Mami,
yo no te quiero perder",
eran las
palabras que su hija le decía,
y era lo
que mantenía en su mente noche y día,
y era lo
que le ayudaba a seguir.
Su corazón
tan fuerte
que no
reclamaba,
más bien
agradecía lo que le pasaba,
pues sentía
que era especial para que Dios la eligiera entre tantas.
Cada vez
era más dura la prueba y en ella se veía el cambio.
Ella
sonreía mientras los demás la veían con lágrimas en sus ojos.
Siempre
mostraba su fuerza para no dejarse vencer,
y sus
palabras fueron: "Sus oraciones sé que llegan a nuestro Creador".
Eran pocas
veces las que se le escuchaba llorar,
porque como
humana también tenía derecho a caer,
pero cada
mañana se levantaba con ánimo de vivir,
esperando
que todo solo fuera un sueño.
Confiaba en
que todo pasaría,
pero a
veces dudaba cuando veía a otras partir,
y le pedía
al cielo que a ella no la dejara morir,
pues tenía
en este mundo mucho por hacer.
Hablaba con
Dios por las noches,
le decía
con sus lágrimas
que ella
sentía fuerzas porque sabía que no estaba sola,
y pedía
perdón si a veces desfallecía.
Dios jamás
nos abandona,
jamás nos
deja,
por mucho
que parezca que en este mundo solos estamos,
solo
tenemos que aprender a creer hasta en lo que no vemos.
Porque
hasta hoy sé que muchas mujeres luchan como yo,
y jamás
dejan de creer en el amor de Dios.
Y así como
tantas que luchan como yo,
también hay
otras que desde el cielo, como ángeles, nos ven.
(Este post
lo escribí con mucho respeto a las mujeres que luchan contra el cáncer. Hay
personas que conozco que aún luchan con esa enfermedad, así mismo, también hay
personas que se han adelantado).
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